
En los primeros años de este siglo realizaron en España una especie de encuesta o consulta popular, para detectar en la querencia de la gente común cuál era la canción española del siglo XX. El primer lugar fue para
Mediterráneo. No es necesario conocer ese dato para saber que es imposible entender lo español profundo, lo español pueblo, lo español cultura, sin haberle dedicado horas, atención y ensoñaciones a la música de
Joan Manuel Serrat (¡guao!, me quedó tan buena esa entrada que casi dejo esto hasta aquí).
Suele suceder con los tiempos fronterizos o de transición histórica, y con
Serrat nos sucedió en los años 70: el cantautor hizo acto de entrada en la escena mundial cuando España salía de Franco y se lanzaba a una nueva etapa de su historia maravillosa. Etapa que también es una transición. España y sus hijos, que somos todos los que hablamos este idioma sabroso y potente, somos la comprobación de que la vida misma es una transición: todos estamos de tránsito. En permanente construcción. Haciendo humanidad.
Por eso la sensación que dejan sus canciones tiene más de esperanzador que de envejecido o concluyente. La nostalgia
serratiana es un asunto que nos traslada a la niñez, como todas las nostalgias, pero al mismo tiempo anuncia que han sucedido cosas, que suceden todavía, que van a seguir sucediendo, y que en buena medida sólo dependen de nosotros como individuos y como pueblos:
Se hace camino al andar. Al principio fue Machado;
Serrat le puso amplificadores a esa voz y la puso a rodar por el mundo. Sin
el cantante barcelonés, el poema grande no hubiera tenido caminos y no sería conocido por todo el universo de habla hispana.
Acá abajo les coloco precisamente una versión de
Cantares (tú sabes, esa de
Golpe a golpe, verso a verso...) y también
Señora, una muy comercial que, por lo mismo, parece inofensiva, pero trae mucho del fuego interior del juglar. Me refiero a la canción, no a la señora.