Esta es la increíble y triste historia de un sujeto muy engreído que con sólo mirarle los ojos a una mujer ya sabe que la tipa se está derritiendo por él. En un alarde de modestia (vaya contradicción, ¿ah?) procede entonces a explicarle a ella que, a pesar de su belleza, su aplomo y su charm, él no es un superhéroe ni el protagonista de una película sobre batallas medievales, sino simplemente un hombre. En serio, nena, me puyas y sangro.
En Venezuela, donde la televisión es sinónimo de melodrama, alguien decidió que eso era un tema propicio para una telenovela, y listo: la pieza se convirtió en emblema del llanto barato en los años 80.
No sé cuál es la nacionalidad del galán (*); infórmenmelo ustedes, estimados lectores. Hay un país en el mundo cuyos connacionales merecen saber que tienen por compatriota a semejante self made man, tamaño adalid de la seducción y el caradurismo.
El bicho se llama Silvestre. La chica se llama Ana. Y la canción, cortesía de Luis Guerrero, dice:
En Venezuela, donde la televisión es sinónimo de melodrama, alguien decidió que eso era un tema propicio para una telenovela, y listo: la pieza se convirtió en emblema del llanto barato en los años 80.
No sé cuál es la nacionalidad del galán (*); infórmenmelo ustedes, estimados lectores. Hay un país en el mundo cuyos connacionales merecen saber que tienen por compatriota a semejante self made man, tamaño adalid de la seducción y el caradurismo.
El bicho se llama Silvestre. La chica se llama Ana. Y la canción, cortesía de Luis Guerrero, dice:
- Ana, yo no soy tu príncipe azul (es verdad; incluso el ego de un príncipe es capaz de palidecer ante este patético caso de protomacho sin misericordia).