Se llamaba Pascual Antonio Aguilar Barraza y su potencia vital, su estampa de mexicano más genuino que estereotipado, su fiereza vocal y sus quiebres de voz en el momento justo, conformaron durante el siglo XX la imagen canónica del hombre ranchero, bueno para la parranda y la borrachera y también para evocar la gloria de los revolucionarios a lo Zapata y Pancho Villa. La presencia y la voz de Antonio Aguilar eran entidades rudas y contundentes. Tanto, que casi logran que frente a él todos los charros parezcan gays, incluyendo al mismísimo Juan Gabriel.
Dicen sus biografías más difundidas que nació en 1919 y que su personalidad mediática y su formación como cantante fundamental del género ranchero tuvieron largos años de maceración en varios países.
No es la primera vez que este blog les hace homenajes algo tardíos a algunos iconos de la música fallecidos recientemente. Aguilar falleció a los 88 años el pasado 19 de junio. Espero que sirva para disculparme el argumento de que la realidad actual de mi país me tiene demasiado ocupado, así que he abandonado ligeramente la evocación de lo pretérito. Pero nunca es tarde para volver a hablar con auténtico sentimiento de gratitud del género ranchero, de sus intérpretes y de su autor fundamental, José Alfredo Jiménez, tres de cuyas piezas consigno aquí, en la voz del coloso recién fallecido, este monstruo de voz incomparable, Tony Aguilar, en tributo a su memoria. Las tres piezas hablan de la muerte como algo inevitable, digno de ser esperado con actitud festiva, resignada o reflexiva. Escúchenlas y/o bájenlas a sus computadoras; se trata de joyas del arte latinoamericano, creaciones maravillosas que recuerdan a ciertas tragedias griegas:
No es la primera vez que este blog les hace homenajes algo tardíos a algunos iconos de la música fallecidos recientemente. Aguilar falleció a los 88 años el pasado 19 de junio. Espero que sirva para disculparme el argumento de que la realidad actual de mi país me tiene demasiado ocupado, así que he abandonado ligeramente la evocación de lo pretérito. Pero nunca es tarde para volver a hablar con auténtico sentimiento de gratitud del género ranchero, de sus intérpretes y de su autor fundamental, José Alfredo Jiménez, tres de cuyas piezas consigno aquí, en la voz del coloso recién fallecido, este monstruo de voz incomparable, Tony Aguilar, en tributo a su memoria. Las tres piezas hablan de la muerte como algo inevitable, digno de ser esperado con actitud festiva, resignada o reflexiva. Escúchenlas y/o bájenlas a sus computadoras; se trata de joyas del arte latinoamericano, creaciones maravillosas que recuerdan a ciertas tragedias griegas: