Canciones que nos estremecieron y que guiaron la formación sentimental de millones de hispanohablantes. Fundamentalmente, música de los años 70, 80 y 90.
Irakere. Cuando mis panas melómanos y comunistas me decían que Irakere era la más alta expresión de la música caribeña yo les respondía con sorna: "Okey hermano, a mí también me entusiasma la Revolución cubana, pero no es para tanto. Un poquito más de respeto para la orquesta de Palmieri, la de Barretto, la Fania All Stars sin ir más lejos". Hasta que uno de ellos me llegó a la casa con un long play debajo del brazo, con ese aire sobrado que tienen los jugadores de poker que tienen una combinación fulminante, y me invitó: "Escucha esto, perro". La cosa que me puso a escuchar es un escándalo armado por un trabuco monumental en el que descollaban los nombres de Chucho Valdés, Arturo Sandoval, Paquito D'Rivera, Enrique Plá y Oscar Valdés. Era 1982; al Arturo lo había ungido poco antes el inmortal Dizzie Gillespie, al regalarle su extraña trompeta doblada y comentar en evento público que él, Sandoval, era el mejor trompetista que había escuchado en su vida. No más escuchar los agudos de éste y los arreglos del Chucho y tuve que darle la razón al hermano. Que tal vez no haya tenido razón, pero al que todavía hoy le agradezco la cátedra: gracias, mi pana Goyo Guzmán (1964-1988), por mostrarme esta pequeña joya de la música de todos los tiempos.
El año 2006 se ha llevado ya a varios cantantes y músicos entrañables. De ellos, ninguno ha sido o será llorado por más gente en el mundo que Rocío Durcal; esta dama de voz portentosa y rotunda altivez murió ayer en la noche. El nombre que le pusieron sus padres fue María de los Angeles de las Heras Ortiz. La inmortalidad le tenía reservado otro nombre, más corto y más poderoso. Dueña de un estilo despreciado por puristas, intelectualosos y melómanos de pacotilla, no existe nadie nacido fuera de México que haya interpretado con tanta dignidad y vocación universal ese subgénero llamado balada ranchera. De la mano de Juan Gabriel la cosa parece más bien fácil (cada composición de este caballero es un pasaporte al hit parade), pero quien no haya visto a Rocío Dúrcal en escena no entenderá de qué se trata, nunca comprenderá por qué esta mujer es uno de los picos más altos del patrimonio de la cultura dicha en castellano.
En España y América Latina, nadie que haya tenido alguna vez un radio encendido a su lado puede decir que no escuchó esa voz de fémina brava y lastimada. Nadie que haya nacido en este continente puede decir que jamás se crispó de despecho o nostalgia, o que ni siquiera se burló ante la verdad de lo cursi, escuchando La Gata Bajo la Lluvia; nadie puede decir, sin que lo delaten el color y el idioma, que no languideció al menos unos segundos al escuchar Amor Eterno. Si alguien quisiera recopilar las condiciones básicas que necesita una persona o grupo en América para ser llamado Pueblo, uno de las requisitos debería ser el poder cantar o al menos tararear o recitar alguna de las piezas que convirtieron a Rocío en diosa cotidiana. Esto es, por lo tanto, mi homenaje personal, lejano y humilde a esa mujer invisible que nos latigueaba a través de la radio, y cuya imagen nos perturbó más tarde por televisión: su genio cantaba con todo el cuerpo (y parece también que con el alma). Abajo pueden escuchar los clásicos Amor Eterno y La Gata Bajo la Lluvia; Jamás te Dejaré y Te voy a Olvidar, esta última más conocida en la versión de su autor, Juan Gabriel; e Y nos Dieron las Diez..., a dúo con Joaquín Sabina. Hora de despedirnos entonces: volverás a ser invisible pero de ninguna manera te aguarda el olvido. Rocío tiene una página web oficial; dice que está disponible desde 2002. Entren allí para que conozcan detalles de su vida remota y reciente.
Los Tres Tristes Tigres.
La versión original de la canción Alone Again, de Gilbert O'Sullivan, es una crónica de la vida horrible de un muchacho a quien el sucio destino ha condenado, tal como lo anuncia el título, a estar solo. Yo no entiendo mucho el idioma inglés, pero creo haberle escuchado a alguna de mis hermanas (que entiende menos que yo ese idioma), entre lagrimones de puro sentimiento, un resumen de lo que dice la pieza en cuestión. Lectores hipersensibles: favor abstenerse de seguir leyendo. La historia es dura.
De niño, el cantante debió soportar la périda temprana de su madre y unos meses después la de su padre. Su abuela o una tía se encargó de él, pero al poco tiempo también murió o decidió dejar su rol de cuidadora de muchachos y largarse con un amante; para los efectos viene a ser lo mismo. El chico (continúa la canción) volcó entonces todo su amor filial en un perro callejero, pero un mal día pasó frente a la casa un camión sin frenos y convirtió a la mascota en una sopa sanguinolenta y nauseabunda. El joven se consigue entonces una novia. La canción culmina justo cuando el desafortunado Gilbert comienza a contar que a la chica le han detectado un cáncer de próstata, lo cual viene a ser una espantosa doble revelación. Alone Again, naturally...
No estoy seguro de que la historia cuente exactamente eso, de modo que si alguno de los lectores de este blog me la corrige, mucho se lo agradeceremos yo y los demás.
El caso es que en Venezuela salió al ruedo, en el año 71, un grupo llamado Los Tres TristesTigres, cuyos integrantes se propusieron la noble tarea de humanizar la creación de O'Sullivan, y el resultado fue una versión en español obviamente más risueña y amable:
A pesar de mi temor Voy sintiendo ya el calor de una ilusión que en el corazón me dice que volverá...
Fieles a esa vocación de sujetos ajenos a vainas tan feas como la soledad y las tragedias, logran también convertir en éxito masivo en Venezuela y otros países una canción llamada Matrimonio. Es verdad que para algunos es preferible ver morir a los padres, las tías y las amantes antes que casarse, pero de todas formas la música de Los Tres Tristes Tigres lo reconciliaba a uno con la vida.
Los Archies. El único especimen sobre la tierra capaz de superar en imbecilidad a un adolescente gringo es el gringo viejo que gobierna en la Casa Blanca. Archie, el pelirrojo novio de Verónica (y a veces de Betty, según creo recordar), pertenecía o pertenece, por aquello del Síndrome Peter Pan, al primer grupo, y con toda seguridad sus babiecadas no le hacían daño a nadie. Tenía a su favor, además, el hecho de que no era un ser humano sino un muñequito, un personaje animado, una comiquita, y en esas condiciones no podía ni puede convertirse en presidente de EEUU. Sólo que ya el daño está hecho. Y no, no es culpa de esa ni de ninguna historieta. El éxito del dibujito animado fue tan grande entre los adolescentes de todo el mundo, que a alguien se le ocurrió materializarlo, buscarle una versión, una réplica, una persona de esas de carne y hueso. Entonces aparecieron Los Archies, la canción Sugar, Sugar se convirtió en otro éxito más del fenómeno Archi y ahí sí nos jodimos todos. La canción era más cursi que estúpida; según los salseros venezolanos encajaba a la perfección en esa categoría de la mala música gringa llamada guachi-guachi, ysu letra (según lo que puede entenderse) es una invocación de la diábetes: nadie, aparte de Celia Cruz, debería estar autorizado para nombrar el azúcar en ninguna canción. Los Archies para variar le agregaron miel y vaya a saber usted cuántas calorías más, y la melodía termina destilando un néctar de bobería impresionante. ¿Qué tiene de buena entonces la canción? Básicamente, la particularidad de enloquecer a las muchachas de la época (fin de los 60 y principios de los 70), y el verbo enloquecer por lo general venía acompañado, en algunas amigas de mis hermanas, en dos o tres que se ponían minifaldas y le daban a uno unos abraaaaaaazos de lo más afectuosos. Y el afecto, ustedes lo saben, es capaz de permear a cualquier muchacho, incluso a aquel de cinco años que yo era. ¡Ah, qué mala canción y qué gratos recuerdos me trae!
Fúmese un porro de marihuana con leche condensada y recuérdela:
Puede que Palito Ortega sea un tipo noble, honesto y de buenos sentimientos. Pero si alguien se propusiera un día buscar pruebas y alegatos en su contra para acusarlo, digamos, de torturador o destructor inmisericorde de corazones de doncellas, esta canción pudiera comprometerlo seriamente. La cosa comienza así:
Habíamos prometido no llorar. Perdóname, quizas esta sea la última vez que nos sentamos a tomar un café juntos. Quizás es la última vez que nos vemos, así que tratemos de estar bien. Por favor.
Y a su lado aquella mujercita vuelta un mar de mocos, suplicándole a semejante energúmeno que le dé una oportunidad. Parece, según lo que el tipo se empeña en recordarle mientras la muchacha sólo alcanza a sollozar, destrozada, que se conocieron una tarde y todo fue hermoso porque pasaron ciertas cosas impublicables. Pero que, lamentablemente, aquello se había vuelto un fastidio y una rutina, y por lo tanto él, Palito (tanta altivez y tanta rudeza de macho sureño y miren el apodo que se gastaba) decidió irse al carajo y no verla más. Y con aquella seriedad, mi hermano...
En el colmo de su sadismo, el muy patán tiene los cojones de decirle, en medio del terrible tormento, que deje de resquebrajarse, que se comporte:
Se enfría tu café, aquí nadie se tiene que sentir culpable. La gente nos mira, por favor no llores más.
Boludo, el coñísimo.
Con todo, es otra canción de esas que llegan para quedarse, y cuya melodía, acompañada por un lastimero Nana nana nananá, forma parte también de nuestra llorona memoria setentosa.
Carl Douglas. De las aficiones aptas para muchachos que teníamos en las noches de Carora (años 70) tal vez la más popular era el cine, al menos cuando podíamos parir el bolívar que costaba la entrada. Las películas que más desataban el furor entre aquel poco de coñitos de los barrios eran las de kung-fú, y entre éstas las de Bruce Lee. El hombre murió, pero sus películas seguían proyectándose con un insólito éxito seis y siete años después; dudo que película alguna en la historia del cine haya permanecido en cartelera igual cantidad de años que La Furia del Dragón (aquella en la cual se faja en una coñaza inolvidable contra Chuck Norris en el Coliseo romano), cuya copia masticada y remendada con teipe y chicle presenciábamos los caroreños con la misma devoción de la primera vez. Decía al principio que esas películas desataban el furor de los muchachos, y no en sentido metafórico: lo verdaderamente intenso del deporte de ver a Bruce Lee no era la película en sí misma sino participar o tratar de huir de las batallas campales que se formaban afuera, porque de aquellas salas del cine Bolívar salía uno con la adrenalina alta y creyéndose capaz de reventar a los demás a punta de patadas voladoras. En el pico más alto de esa fiebre, a mí y a otros muchachos ociosos nos dio por fabricarnos unas armas chinas de esas que llaman nunchakus, consistentes en dos palitos de escoba unidos por una cadena, y con esas vergas en la cintura andábamos por la calle pendientes de abrirle el cráneo al primer Chuck Norris que nos mirara feo. Un día estrenaron una película, no recuerdo si un homenaje póstumo o la que él mismo dejó inconclusa al morir en 1973. En algún momento de esa película ponían una canción gringa de aires épicos, y de fondo varias escenas de combate del inmortal peleador, y aquello era emocionante porque era como verlo pelear de nuevo y al ritmo de una melodía muy contagiosa, aunque inentendible. Creo haber leído u oído decir mucho después que aquello fue el primer video-clip de la historia, que la canción se llama Kung-fu Fighting y que la interpretaba Carl Douglas. Ubíquese en el centro de la sala, aparte los muebles y adornos que puedan romperse, ponga lejos también a su pareja e hijos pequeños, y escúchela:
Los Corraleros de Majagual.
En los años 70 Colombia comenzó a internarse, de pecho y sin frenos, en un período de convulsión política y social que repotenciaba al que dos décadas antes (y un poco más) había detonado El Bogotazo. Al mismo tiempo comenzaba lo que los estudiosos del tema de la droga llaman el boom marimbero: la marihuana comenzó a significar para muchos una opción para paliar la miseria, pero también significó la criminalización de miles de agricultores pobres.
De esa época data una de las movilizaciones demográficas más intensas de colombianos hacia Venezuela, y posiblemente también uno de los más lamentables momentos de xenofobia anticolombiana entre nosotros. Muchas mujeres pobres vinieron en busca de las mejoras que prometían un bolívar sólido y un presidente tan pro-colombiano que ahora mismo es muy difícil asegurar que nació aquí; es fama que miles de ellas sólo consiguieron subemplearse como domésticas o como camareras. A todas, sin excepción, les cayó sin compasión el estigma: los venezolanos se ofendían cuando los llamaban colombianos, porque en el habla común colombiano era sinónimo de ladrón, y colombiana sinónimo de puta. Así de triste y así de injusta fue esa época.
A cambio de la amargura, los colombianos nos inundaron con mucho de las alegrías patrias que se trajeron en el equipaje. Y nada fue mejor que la música de ellos para enseñarnos una nueva forma de estar contentos. Una década antes su ingenio creador había producido una fábrica de músicos y juglares llamada Los Corraleros de Majagual, un conjunto de música inclasificable (acordeón, trombones, saxos, tambores...) que desde el propio nombre les producía náuseas a las clases medias y altas, pero que entró con furor en los estratos más pobres hasta convertirse en fenómeno cultural perdurable. Todavía hoy, cuando alguien lo suficientemente humilde, sensible y de buen humor escucha en la calle a Los Corraleros, no puede evitar olvidarse por un momento de los problemas y sonreír: esas canciones de hace 40 años tienen un efecto terapéutico del carajo.
Del grupo salieron cantantes y músicos de renombre: el vallenatero Alfredo Gutiérrez, Fruko (devenido después salsero fundamental de Colombia), Julio Erazo, Lisandro Meza, Calixto Ochoa. El tono y la temática de las canciones de Los Corraleros de Majagual son, esencialmente, una eterna jodedera. El jodedor mayor entre sus cantantes y compositores es, sin ninguna duda, Eliseo Herrera. Aquí abajo pueden escucharlo en tres canciones de esas que no morirán: La Manzana, La Yerbita y El Vampiro. En las dos primeras, la temática sexual explícita o insinuada queda bellamente aderezada con el estilo vocal relampagueante de Eliseo, a quien hay que oír como debe ser: no sólo mientras interpreta la letra sino cuando encaja aquellos gritos y giros improvisados, de los cuales el más famoso e inconfundible es aquél "Nos juiiimoooo....", característico de la orquesta.
La cuarta canción que incluimos aquí es un contragolpe que le zampa Lisandro Meza a Eliseo Herrera. Se llama La Burrita de Eliseo y es una clarísima celebración de la zoofilia: ya que Eliseo es tan jodedor, el Lisandro le aplica también el veneno de su creatividad y su capacidad como vocalista y lo llama, a su manera, cogeburras. La risa entre macabra y pícara que suelta Meza en los primeros acordes de la canción es un fabuloso anticipo de lo que sigue. Por último, incluimos también un clásico: El Vampiro, posiblemente la canción del grupo más conocida en Venezuela. Los Corraleros de Majagual le dejó a nuestra cultura un arte bueno para almas a un mismo tiempo recias y sensibles, pero no apta para esas sensibilidades timoratas a quienes espanta el arrabal.
Yo no pretendo enseñarlos a ustedes (ni a nadie) cómo escuchar música, pero háganme caso por esta vez: en La Manzana, fíjense con atención en esa clase de final para orquesta y saxofón del último minuto y medio; en La Yerbita, estremézcase y emborráchese con ese interludio para bajo y cencerro, que comienza al minuto 1 con 17 segundos, justo cuando el cantante convoca: Ahora, viejo Mario, ¡ahí na'má!, y que termina diez segundos después con otro grito poderoso del solista: ¡Anda!; en La Burrita de Eliseo, deguste la sinfonía de acordeón que es la primera parte de la pieza, hasta que Lisandro Meza interviene a los 32 segundos para anunciar su final con un llamado profundo: Ahora sí: ¡uuupaaa!
Repita esa operación varias veces, asómbrese con esa increíble orquestación y diga, sinceramente, si esta tremenda orquesta no es un suculento manjar para melómanos.
Trigo Limpio. El nombre de este grupo español va en estricta concordancia con la pulcritud sinfónica y vocal de sus canciones, para qué dudarlo. En 1977 lanzaron al mercado esta canción, una especie de Himno al Masoquismo que repetía lo que ya otras canciones dijeron y siguen diciendo, aunque de otra forma:
Rómpeme, mátame, pero no me ignores, no, mi vida. Prefiero que tú me mates que morirme cada día...
Sin ir más lejos, es el mismo argumento de la canción que inmortalizaran Julio Jaramillo y otros unas décadas antes: Odiame, por piedad, yo te lo pido...
Va esta otra joya setentosa, para los amantes de la autoflagelación a la española:
Jairo.
A usted, radioyente avezado, seguramente el nombre de la canción no le dice mayor cosa, no le recuerda nada en particular. Pero seguramente sí sabrá de qué pieza se trata si le recordamos el inolvidable estribillo:
Y así te fuiste de pronto sin adiós, sin despedida. Vuelve ya, que sin tu amor tengo las manos vacías...
Esta canción es probablemente una de las más malas entre las muy populares, y quizá también una de las más populares entre las francamente malas. En descargo del cantautor argentino que la hizo famosa (y se hizo famoso gracias a ella) es preciso decir que la pegó del techo cuando era todavía muy joven. Digo, Mozart componía unas sinfonías gloriosas a los 11 años de edad, pero estamos hablando del género balada y estamos hablando de un muchacho que tuvo el valor de salir a competir con Leonardo Favio, Palito Ortega, Piero y Leo Dan, por nombrar sólo a algunos de sus paisanos consagrados para la época.
Estamos hablando de los primeros años 70, y de otra pieza para el recuerdo. Eso sí: cuando el cronómetro se acerque al minuto 1 con 10 segundos bájele el volumen al aparato, vaya a servirse un refresco u ocúpese de otra cosa, al menos hasta llegar el minuto 1 con 50"; ese es el fragmento donde el cantante se suelta a farfullar una cantidad de estupideces del tipo: Nos quisimos buenamente...
El resto de la canción puede tragarse e incluso digerirse, y además es un buen alimento para la nostalgia.
Alí Primera. El mural más dramático y revelador de cuantos he visto en mi vida (y he visto unos cuantos) estaba en la calle Camacaro de Carora. Si mal no recuerdo, era la campaña electoral de 1973 y Héctor Mujica era el candidato del Partido Comunista de Venezuela. Fueron los militantes de ese partido quienes pintaron esa especie de drama hecho testimonio de pared: un niñito macilento, millonario de lombrices, le dice a un anciano más feo y flaco que él mismo: Papá, tengo hambre. El viejo le responde: Yo también, hijo. No sé por qué (o a lo mejor sí, pero no encuentro ahora cómo explicarlo) esa cosita malasangre que sentía cada vez que pasaba frente a ese muro la asocié toda mi vida con Alí Primera. Pero no con el cantante en sí, y ni siquiera con su monumental discografía, sino con una canción en particular: Canción Mansa para un Pueblo Bravo. Varias coincidencias vitales me abordan en esta fecha y esta temporada. Hace 17 años el pueblo venezolano dejó de ser pendejo (como dice la canción), se volvió montaraz (también lo dice) y este río manso poquito a poco se enfrenta al mar (ídem). Un carnaval, hace 21 años, Alí se mató en una autopista caraqueña. Yo jamás lo vi cantando en persona (lo vi una vez, sí, pero en la calle, como un ciudadano más), pero el día de su homenaje póstumo, de cuerpo presente pero ya silencioso, fui a su encuentro en el Aula Magna de la UCV, y allí entoné, junto con otros miles de venezolanos devastados por la tristeza, la canción que me recuerda al mural y que me recuerda de dónde viene mi creencia en las luchas de entonces y en las de ahora.
Llegó a su final el concurso: es una lástima. Quiero decir: es una lástima el poder de convocatoria de este blog y su autor, porque apenas participaron nueve lectores-oyentes. Pero lo peor no es eso. Cojan aire y lean lo que sigue. Debido al ofrecimiento que hice en las bases del concurso, me veo en la obligación de premiar a seis de los nueve participantes, pues la cosa quedó así:
Benito Ruí (Medellín, Colombia), con 16 aciertos.
Gabriela Ibarra (Caracas, Venezuela), con 15.
Julio Torres C. (Caracas) y Arturo Misle (Barcelona, España), con 13.
Claudette Linares (Lima, Perú) y Astor Rey (Caracas), con 12.
Todos, excepto la amiga Ibarra y el amigo Misle, me han enviado ya la lista de las diez canciones que recibirán en un CD, vía correo. Si yo fuera un poco más rencoroso anunciaría aquí con mucha pompa y despliegue a los tres perdedores del concurso; parece que lo difícil no era acertar tantas canciones bien rankeadas sino las que menos se han escuchado. De todos modos no quiero avergonzar a estos estimados amantes de la música que vinieron de buena fe a concursar. Y además, el único bloguero que me envió su lista fue uno de ellos.
Ya, no digo más nada.
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La lista de canciones más escuchadas en este blog hasta el 9/02/2006 son, en estricto orden:
Salsa y Control (The Lebron Brothers) 161 Quizas Sí, Quizas No (Sabú) 138 Nino Bravo (Un Beso y Una Flor) 103 Ese mar es mío (Nancy Ramos) 99 Eres Tú (Mocedades) 98 Tú me Haces Falta (Claudia) 97 Un Gato en la Oscuridad (Roberto Carlos) 94 Caribe Soy (Leo Marini) 93 Soy Rebelde (Jeanette) 93 Dime que sí (Nancy Ramos) 86 Adiós, Chico de mi Barrio (Tormenta) 84 San Agustín (Vytas Brenner) 83 A tu recuerdo (Los Angeles Negros) 82 Te he prometido (Leo Dan) 80 Eva María (La Formula V) 74 Carta de Néstor (Los Terrícolas) 73 Asombro (Celio González) 71 Demis Roussos (Forever and Ever) 68 Esa Pared (Leo Dan) 68 Micaela (Pete Rodríguez) 67 Canchunchú Florido (Vytas Brenner): 66 Vámonos Pa'l Monte (Eddie Palmieri con la Fania) 65 Un Rayo de Sol (Los Diablos) 65 Yo Voy Hacia Ti (Noel Petro) 63 Cardenales del Exito (Entre Palos y Alegría) 61 time(s) La reina de Las Cruces (Noel Petro) 59 Playas de mi tierra (Tania) 57 Dos cosas (Los Terricolas) 56 Lolé Lolaila (Cardenales del Exito) 55 Caramelo 'e Chocolate (Sexteto Juventud) 54 Quiero Aprender de Memoria (Leonardo Favio) 52 El Mayor (Silvio Rodríguez) 51 O Quizás Simplemente le Regale una Rosa (Leonardo Favio) 51 La noche de Chicago (Mirla Castellanos) 51 Cómo Deseo ser tu Amor (Elio Roca) 50 Ella ya me olvidó (Leonardo Favio) 48 El son de Celia y Oscar (Celia Cruz y Oscar D'Leon) 47 La Culebra (Lilia Vera) 46 Es Muy Fácil (Los Mitos) 45 Carmelina (Sonero Clásico del Caribe) 44 Caracas (Rincón Morales) 43 Nadie se salva de la Rumba (Barreto, Celia y Adalberto) 43 Vamos Cantándole al Mundo (Azúcar, Cacao y Leche & Edgar Alexander) 43 Tratame Como Soy (Tito Puente) 41 Si Las Flores Pudieran Hablar (Nelson Ned) 41 Barquisimeto (Billo's Caracas Boys) 40 Sobre una Tumba una Rumba (Sonero Clásico del Caribe) 39 Orinoco (Rincón Morales) 39 Se llamaba Charly (Grupo Santa Barbara) 38 Entreverao (Lilia Vera) 34 María Morena (Hugo Blanco) 33 Valencia Senorial (Billo's Caracas Boys) 31 Muchacha de Quince (Nelson Henríquez) 27 La Guitarra (Edgar Alexander) 25 Golpe con Golpe (Pastor López) 19
Un pana que no entiende ni quiere entender de qué se trata este asunto de la bloguería, pero aun así de vez en cuando aporta sus comentarios, me ha sugerido que empiece de una vez a colocar salsa en este blog; opina el compa que este parapeto me está quedando muy cursi y plañidero, y no le falta razón. Le expliqué, de todos modos, que este espacio lo tengo reservado casi exclusivamente a los recuerdos más lejanos de mi infancia, y que mi inmersión en las aguas salseras comenzó más bien tarde, por allá por los últimos 70. Sin embargo, y en vista de que también me es inevitable hacer un registro de esa pasión, he decidido comenzar a alimentar con ella el espacio llamado Salsa y Control (otro blog que actualizar; como si no tuviera oficio). Tengo la excusa perfecta: comenzaré colocando allí todas las canciones que aparecen citadas, reseñadas o insinuadas en cada cuento (con su respectiva reflexión), y entre una y otra dejaré colar otras cabillas más entre las que pueblan mi colección. Hoy mismo comencé con eso. Echenle un ojo (y un oído, y un pie), y me cuentan.
No llegaron tantos como sospeché que llegarían, pero ya tengo a la mano la lista de participantes del concurso propuesto aquí el 9 de febrero. Hasta esta hora hay escasos nueve participantes (qué tristeza este poder de convocatoria; casi a nivel de dirigente de AD). Conforme a lo prometido, habrá cinco ganadores de sendos CDs, contentivos de 10 canciones aparecidas en este blog y escogidas por ellos mismos. El autor les enviará esos CDs a los respectivos ganadores por correo convencional.
Les adelanto que entre esos nueve participantes destacan uno que acertó 16 de las 20 primeras canciones más escuchadas, y otro que acertó 15. Les siguen dos que señalaron correctamente 13 piezas del recuerdo y dos más que indicaron 12.
Hoy a medianoche (hora de Caracas) culmina el lapso de envío de sus listas. Recuerde que son 20 canciones, entre las aquí incluidas hasta el 8 de febrero, que según su sospecha o cálculo son las más escuchadas del blog.
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Mientras tanto, y para que este "post" (no me cuadra para nada ese nombre) no sea puro palabreo, les regalo esta otra cabilla nostálgica: ¿Quién no recuerda al argentino Piero y a aquella melodía que susurraba: Yo soy tu sangre, mi viejo...?
Se marchó el Manos Duras, y su muerte me sorprendió con una falla técnica en la computadora, y los discos del hombre lejos. La única razón por la que no dije nada al respecto es que hubiera sido injusto hablar de Ray Barretto así en seco, sólo con palabras. Lo justo es que sea él mismo quien nos recuerde de qué se trató, en qué consistió su genio, el cual por cierto no se limitó al acto puro y simple de reventar los cueros: el hombre era uno de los compositores más notables de su (nuestro) tiempo. Así que, aunque con retraso, aquí están la noticia, el homenaje y el adiós, aderezados con tres de sus cabillas para la historia. La primera de ellas, al menos desde su título, define lo que fue el principio rector de un caballero entregado a captar las vibraciones de una cultura, y a moldearlas con sabor de barrio:
Rudy Márquez. Hermanos, esta es de las bravas. Consiste, limpia y básicamente, en un inmodesto recordatorio a la mujer amada:
¿Quién fue el que logró a tu vida volver la felicidad? ¿Quién fue el que te hizo ver la luz de este sol que hoy vuelve a brillar? ¿Quién fue el que te dio el consuelo de ver el azul del cielo? Hoy quiero recordarte que he sido yo...
Leída o escuchada así, sin música ni "atmósfera", la lírica parece tener todos los componentes de un interrogatorio policial, con el agravante de que, según lo dejan entrever las dos últimas preguntas, la interpelada es invidente o algo por el estilo. Al final uno entiende la razón de tanta insistencia; el verso final de la canción dice lo que en una historia lineal estándar debió haber dicho la introducción:
Ahora que tú te has ido...
Pero tenemos que ser honestos: la canción enternece y desgarra, que es lo mínimo que se le puede pedir a una pieza romántica, de despecho y soledad. A ningún venezolano de más de 30 ó 35 años (y seguramente a ningún latinoamericano de la misma) le es extraña. En la fotografía, Rudy es el primer a la izquierda; los demás son integrantes de Los Impala.