
Ando de trasnocho en trasnocho porque debo escribir un libro por encargo y tres o cuatro más porque me los debo. Estoy ocupado. Contra el reloj, bajo presión, metido hasta las cejas en unas historias ciudadanas. De pronto el reproductor me tiende una emboscada y de allí surge, gigantesca e inevitable como esos monstruos amables del pasado, una de las voces masculinas más cálidas de Venezuela en todas las épocas. Era tan maravilloso su modular que los argentinos creían que había nacido allá. Nada, perdonen los argentinos el sarcasmo. Es hora de relajarse un poco. Héctor Cabrera murió hace unos pocos años, pero ha regresado esta noche para apartarme unos minutos del cochino trabajo.
Quien no lo haya escuchado nunca hágalo ahora, vale la pena. Quien sí sabe de qué se trata esto de Rosario, toda la luz del mundo / parece / que se fundiera en ti..., pulse allí abajo y escúchelo otra vez. Ojalá sea de madrugada allá donde ustedes están, quienes quiera que sean, cuando se topen con esta pieza. El encanto recrudece, no sé exactamente por qué, cuando las ciudades están dormidas.
Quien no lo haya escuchado nunca hágalo ahora, vale la pena. Quien sí sabe de qué se trata esto de Rosario, toda la luz del mundo / parece / que se fundiera en ti..., pulse allí abajo y escúchelo otra vez. Ojalá sea de madrugada allá donde ustedes están, quienes quiera que sean, cuando se topen con esta pieza. El encanto recrudece, no sé exactamente por qué, cuando las ciudades están dormidas.